El Expresionismo Abstracto es un movimiento artístico surgido en los EEUU de los años ’40, tras la Segunda Guerra Mundial. Tiene su foco principal en Nueva York, ciudad que en estos momentos desplaza a una destrozada París como centro mundial de las Vanguardias.

Se trata de un término acuñado por el crítico de arte Robert Coates que aúna bajo un paraguas común a pintores con intereses muy diferentes. Entre ellos, Jackson Pollock con su técnica del dripping (chorrear pintura directamente sobre el lienzo), Mark Rothko con sus campos de color o Willem de Kooning con sus figuras reducidas a gestos. No todos estos artistas habían abrazado la abstracción, ni tenían demasiado que ver con el Expresionismo alemán.

Willem de Kooning: Mujer ocre (1955). Óleo sobre lienzo. University of Arizona Museum of Art.

Willem de Kooning: Mujer ocre (1955). Óleo sobre lienzo. University of Arizona Museum of Art.

El contexto de la Guerra Fría

Pero la Guerra Fría ya había comenzado. El mundo se había dividido en dos bandos y EEUU se estaba posicionando como líder del bloque capitalista. Y un líder no puede serlo sólo por la fuerza de sus armas. Necesita ideas convincentes, símbolos de unión y una visión de conjunto por la que valga la pena luchar. En otras palabras, requiere de un trasfondo cultural que avale sus acciones.

Al otro lado del Telón de acero, la URSS integraba todos estos factores. Se basaba en una crítica de la Historia tan lúcida como las ideas de Marx. Proponía una manera de romper la rueda de la desigualdad. Pregonaba un futuro utópico, que implicaba el esfuerzo común de todos sus ciudadanos. Proyectaba sus ideales a través de estilos artísticos propios, ajustados a una concepción renovada de la sociedad y sus posibilidades. Como el realismo socialista, una corriente que había destronado al constructivismo y al suprematismo, con el propósito de expandir la conciencia de clase, llegando al máximo de personas.

Isaak Brodski: Trabajador del Dnieprostrói (1922). Óleo sobre lienzo.

Isaak Brodski: Trabajador del Dnieprostrói (1922). Óleo sobre lienzo.

Si quería formar parte del nuevo juego y protagonizar la trama de la Postmodernidad, EEUU necesitaba ponerse a la altura. Era un país joven, con una historia corta, que no llegaba a los dos siglos de antigüedad. Compuesto por múltiples capas de población que habían llegado al Nuevo Mundo desde el otro lado del Atlántico, confiando en la promesa de una vida mejor. Una federación de estados inmersos en una complicada relación de amor-odio con las diversidades que los integraban. Guiados por unas elites que seguían fieles – en lo que a cultura se refiere- a la estela del viejo continente.

Pero a mediados de los años ’40, Europa se encontraba en ruinas. Todavía aturdida por la magnitud del desastre bélico. Con sus símbolos manchados de sangre; sus grandes narrativas, hechas añicos; sus preciados pensadores, muertos o exiliados. Su luz, confinada en el ocaso y su esperanza, desviada hacia un mundo no tan contaminado por el horror de la guerra: América.

EEUU supo aprovechar muy bien estas circunstancias. Ciudades como Nueva York, Boston o Chicago acogieron a artistas llegados de todo el mundo. Destacados intelectuales que huían del conflicto encontraron cómodos asientos en prestigiosas universidades como Princeton o Harvard. Así, estos centros que primero fueron un refugio, se transformaron con rapidez en hervideros de nuevas ideas. En ámbitos donde la creación no sólo volvía a ser posible, sino que era fomentada y valorada: en instituciones punteras a nivel mundial.

El resurgir después de la catástrofe

Si algo une a esta dispar generación de artistas englobados bajo la corriente del “expresionismo abstracto” es el afán de seguir creando belleza, sin omitir el dolor. Escribir poesía después de Auschwitz, sin cometer un acto de barbarie. Seguir haciendo arte, sin recaer en la trampa de la tradición. Hallar la verdad que se esconde en el corazón humano y exponerla sin tapujos, ni florituras.

Un mandato de absoluta sinceridad. Eso es la guía de los expresionistas abstractos. El artista emprende una búsqueda personal, íntima e introspectiva. Muchas veces, difícil y dolorosa. Vacía su alma en el lienzo de la manera más directa posible, buscando eliminar todas las barreras que separan su psique de su creación. Quitándose de en medio las limitaciones de la forma o los engaños de la Razón.

Clyfford Still: 1957-D N. 1 (1957).  Óleo sobre lienzo. Galería de arte Albright–Knox, Buffalo, Nueva York.

Clyfford Still: 1957-D N.1 (1957).  Óleo sobre lienzo. Galería de arte Albright–Knox, Buffalo, Nueva York.

Así, la pintura se convierte en una especie de huella dactilar de su artífice. En una instantánea de su ser más profundo. En un contenedor de parte de su esencia. Por eso, cuando hablamos de los expresionistas abstractos, se hace tan difícil separar la obra de la biografía del pintor.

Porque éste se sumerge en su interior, pulverizando las referencias externas. Emerge luego en el cuadro, vinculando emoción y trascendencia. En composiciones abiertas, extrañas y azarosas. En lienzos de gran formato, que permiten trabajar de manera más libre e impulsiva. Que suscitan una relación más directa y sensorial. Que recuperan una especie de añorada primitividad donde la nada se convierte en el todo.

Jackson Pollock y la action painting

Es importante el proceso, el gesto, la materialidad… Los estados primarios. La vida. De hecho, Jackson Pollock – el exponente más reconocido del expresionismo abstracto- nos describe su arte de esta manera:

«Mis pinturas no vienen de un caballete. Prefiero fijar el lienzo nuevo a una pared o en el suelo. Necesito la resistencia de una superficie dura. En el suelo me siento más tranquilo. Me siento más cerca, más parte de la pintura, ya que de esta manera puedo caminar alrededor de ella, trabajar desde cuatro lados y literalmente «estar» en la pintura.

Continúo alejándome de las herramientas tradicionales de los pintores como los caballetes, las paletas y pinceles, etc. Prefiero varitas, palas de jardinero, cuchillos y pintura diluida o impasto con arena, vidrios rotos o cualquier otro material añadido.

Cuando estoy «dentro» de mi pintura, no soy consciente de lo que estoy haciendo. Tan solo después de un periodo de «aclimatación» me doy cuenta de lo que ha pasado. No tengo miedo a hacer cambios, destruir la imagen, etc., porque la pintura tiene vida propia. Intento dejarla salir. Es sólo cuando pierdo contacto con la pintura cuando el resultado es un desastre. De lo contrario es armonía pura, un sencillo dar y recibir, y la pintura resulta bien.«

Hans Namuth: Fotografía de Pollock pintando con la técnica del dripping. (1951)

Hans Namuth: Fotografía de Pollock pintando con la técnica del dripping. (1951)

El mito americano reflejado en el Expresionismo abstracto

Un nuevo enfoque estético cuya bandera era la expresión libre y subjetiva. La afirmación del “yo”. La apertura incesante de nuevos caminos. El mito del explorador solitario e incansable que, por duro que se le haga el viaje, nunca renuncia a la búsqueda de la felicidad.

Un mito convertido por instituciones como el Congress for Cultural Freedom – una organización  encargada de promover la cultura y los valores estadounidenses, apoyada por la CIA – en un arma de la Guerra Fría.

El Gobierno de los EEUU había encontrado un estilo que podía considerar propio y representativo: el American type painting – tal y como el crítico de arte Clement Greenberg llamó a la corriente del expresionismo abstracto. Con un héroe que protagonizara la tragedia de la Posmodernidad: Pollock. Un semidiós viril, atormentado e impulsivo que baila sobre ritmos nativos. Un pintor insólito que, en su frenesí, se abre paso en el mundo con una nueva manera de crear.

 

Jackson Pollock: Convergencia (1952). Óleo sobre lienzo. Galería de arte Albright–Knox, Buffalo, Nueva York.

Jackson Pollock: Convergencia (1952). Óleo sobre lienzo. Galería de arte Albright–Knox, Buffalo, Nueva York.

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