Berthe Morisot fue una pintora francesa que, a pesar de las limitaciones impuestas por los prejuicios de género de la época en la que vivió, logró dejar una huella imborrable en la Historia del arte. Una pionera del Impresionismo, que desafió las convenciones de su entorno e irrumpió, con la fuerza de una tormenta, en un mundo hasta entonces dominado por hombres.

Una fundadora de un movimiento revolucionario que rechazaba los cánones del arte académico y que promovía una forma de expresión más libre y auténtica. Ella fue aún más allá, convirtiendo su pintura en una exploración íntima y personal de sus propias vivencias y las de las mujeres de su tiempo.

Berthe Morisot: Mujer en su baño (1875) óleo sobre lienzo, Instituto de Arte de Chicago.

Berthe Morisot: Mujer en su baño (1875) óleo sobre lienzo, Instituto de Arte de Chicago.

 

Berthe y Edma Morisot: arte y sororidad

 

Berthe Morisot nació el 14 de enero de 1841 en una familia burguesa de Bourges (Francia). Su padre, Edmé Tiburce Morisot, había estudiado arquitectura en la Escuela de Bellas Artes. Su madre, Marie-Joséphine-Cornélie Thomas, era la bisnieta de Jean-Honoré Fragonard, un reputado pintor y creador de estampas de estilo Rococó.

Era habitual que las hijas de las familias adineradas tuvieran una mínima educación artística, así que Berthe y sus hermanas, Edma e Yves, recibieron clases privadas de los pintores Geoffroy-Alphonse Chocarne y Joseph Guichard.

Cuando los Morisot se mudaron a París, las muchachas aprovecharon para acudir regularmente al Louvre y conocer los secretos de los antiguos maestros. Pero su firme deseo de dedicarse a la pintura encontró numerosas trabas. No podían ir a las galerías sin estar acompañadas, no podían estudiar en la Academia de Bellas Artes y muchos sitios donde se reunían los círculos intelectuales de su tiempo (como el Café Guerbois) les estaban vetados por el mero hecho de ser mujeres.

 

Cuando las Morisot osaron ser mujeres y artistas

 

Incluso el maestro que Berthe y Edma habían contratado para que les brindara una formación profesional, Joseph Guichard, se sintió incómodo ante el evidente talento que ellas desplegaban. Temeroso de las consecuencias, escribió una carta a la señora Morisot, advirtiéndola de los riesgos que asumía:

“Dado el talento natural de sus hijas, mi instrucción no las convertirá en simples pintoras de salón, sino en auténticas artistas. ¿Se da usted cuenta de lo que esto puede significar? Será revolucionario, e incluso diría que catastrófico en un entorno burgués y elitista como el suyo. ¿Está segura de que no llegará a lamentar el día en el que permitió que el arte entrara en su casa, hoy un hogar respetable y apacible? ¿Se da cuenta de que el arte puede llegar a regir el destino de sus dos hijas?”

Afortunadamente, la madre no hizo mucho caso de la advertencia. Las hermanas siguieron pintando y haciéndose notar ante algunas de las personalidades más relevantes del arte de su época. Como, por ejemplo, Camile Corot, quien les introdujo a una peculiar visión de la poética del color y a la técnica del plein-air (pintura al aire libre), tan decisiva para el Impresionismo.

Lograron exponer con frecuencia en el Salón de París, la institución artística más prestigiosa de la Francia de entonces. A pesar de algunas críticas misóginas normalizadas en aquel contexto, sus obras fueron bien acogidas y valoradas.

 

Berthe Morisot: Las hermanas (1869) óleo sobre lienzo, National Gallery of Art, Washington, D.C.

Berthe Morisot: Las hermanas (1869) óleo sobre lienzo, National Gallery of Art, Washington, D.C.

 

Edma Morisot: matrimonio y lejanía

 

Sin embargo, en 1869, Edma se casó con Adolphe Pontillon (un oficial de la Marina) y se mudó a Cherbourg, sacrificando su prometedora carrera profesional. Desde la distancia, continuó apoyando a su hermana Berthe, tal y como demuestra la abundante correspondencia entre ambas:

“A menudo te acompaño en el pensamiento, querida Berthe. Estoy en tu estudio y me gusta deslizarme, aunque sólo sea durante un cuarto de hora, para respirar esa atmósfera que compartimos durante tantos años…»

Berthe Morisot retrató a su hermana en numerosas ocasiones. Logró reflejar el drama taciturno que ella estaba viviendo en su vida de casada. Atrapada entre las obligaciones del hogar atribuidas a una dama respetable y el deseo de seguir haciendo lo que más amaba. Berthe, la que supuestamente tenía menos talento, siguió pintando por las dos.

 

Berhte Morisot y Édouard Manet

 

Un día, estando en el Louvre, conoció a Édouard Manet. Entabló con él una amistad duradera, que le abrió la puerta a los debates más modernos que había sobre arte en aquel momento. Conoció también Charles Baudelaire, Edgar Degas, Zacharie Astruc y Alfred Stevens, que vieron en ella una aliada para la revolución plástica con la que ellos soñaban.

Todos advirtieron que Berthe Morisot tenía un don especial para la pintura. Pero también, que tenía un serio problema: era guapa. Demasiado guapa como para llegar a destacar por sus ideas. O como para dejar de ser una musa dispuesta a dejarse contemplar a través de la mirada masculina.

“No creo que exista un hombre que trate a una mujer como su igual, y es lo único que pido, porque sé de sobras mi valor” – llegó a decir la artista, aunque posó en numerosas ocasiones. Para Desboutin, para Renoir y, sobre todo, para Manet. Este último la retrató con tanta asiduidad que las malas lenguas empezaron a especular sobre una relación amorosa entre los dos.

Édouard Manet: Retrato de Berthe Morisot con un abanico (1874) óleo sobre lienzo, Palais des Beaux-Arts de Lille.

Édouard Manet: Retrato de Berthe Morisot con un abanico (1874) óleo sobre lienzo, Palais des Beaux-Arts de Lille.

 

Berthe Morisot: asentando las bases del Impresionismo

 

No fue hasta 1874, cuando Morisot se casó con Eugène Manet (el hermano de su mentor), que los rumores cesaron (aunque nunca lo hicieron del todo). Por suerte, su marido no sólo la vio como a una igual, sino que fue el primero en admirar su talento y apoyar su carrera artística.

Con él al lado, Berthe logró posicionarse como una de las fundadoras del movimiento Impresionista. Expuso en siete de las ocho exposiciones que lo asentaron, únicamente faltando a la de 1879, tras dar a luz a su hija Julie.

Su dominio de la luz y de los distintos matices del blanco eran espectaculares. Sus cuadros reflejaban la audaz percepción plástica que proponían los impresionistas. Y hacían mucho más que eso.

Revelaban el mundo de anhelos y contradicciones en el que vivían las mujeres. Los sueños rotos, las lágrimas contenidas, la ternura de los gestos de las madres, la tristeza de los entornos cargados de belleza… Matices, silencios y soledades que los hombres de su entorno nunca supieron ver ni – mucho menos- pintar.

 

Berhte Morisot: Eugène Manet en la Isla de Wight (1875) óleo sobre lienzo, Musée Marmottan Monet, París.

Berhte Morisot: Eugène Manet en la Isla de Wight (1875) óleo sobre lienzo, Musée Marmottan Monet, París.

 

Berhte Morisot y la pintura como “taquigrafía visual”

 

Luego, en 1875, durante una estancia en la Isla de Wight, comenzó a experimentar con la técnica. Concibió lo que hoy conocemos como sus «taquigrafías visuales» : pinceladas cortas y rápidas, que capturaban el movimiento y la caída de la luz con líneas discontinuas de pintura y rayones realizados con el mango del pincel. También experimentó pintando sobre lienzos sin imprimación y dejando los bordes sin acabar, lo que aumentaba la sensación de espontaneidad.

Aun usando una paleta limitada, destacó por su habilidad para crear espacio y profundidad a través del color. Se interesó, además, por mantener un equilibrio entre la densidad de las figuras y las cualidades atmosféricas sorprendidas en sus obras.

Logró exponer individualmente en vida, en 1892, en la galería Boussod y Valadon de París, alcanzando un éxito enorme. Después de su muerte, en 1895, sus amigos (entre ellos, Degas, Renoir, Monet y Mallarmé) organizaron una primera exposición retrospectiva de su trabajo.

Reunieron más de 380 obras que ponían de manifiesto el valor de una pintora que desafió los prejuicios sociales de su época y luchó por su derecho a expresarse a través del arte. Presentando una particular manera de ver y de plasmar la realidad. Explorando temas considerados tabú, como los retos de la maternidad y la intimidad de la vida doméstica.

Demostrando como Berthe Morisot había convertido la pintura en algo personal y auténtico. En gestos, destellos y actitudes. En ese “no sé qué” inexplicable que le habla directamente a nuestra sensibilidad y hace que el arte sea arte.

 

Berthe Morisot: Julie Manet y su galgo, Laertes (1893) óleo sobre lienzo, Musée Marmottan Monet, París.

Berthe Morisot: Julie Manet y su galgo, Laertes (1893) óleo sobre lienzo, Musée Marmottan Monet, París.

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