El Impresionismo es uno de los movimientos pictóricos más fascinantes de la Historia del arte.  No sólo por su revolución estética, sino también por su particular visión sobre la vida y la naturaleza del tiempo.

Porque, en su afán de capturar la belleza de lo efímero y de lo transitorio, los impresionistas lograron crear obras capaces de trascender una época concreta, para hallar la paradójica eternidad contenida en el momento “presente”.

 

Berthe Morisot: Día de verano (1879) óleo sobre tela, National Gallery, Londres.

Berthe Morisot: Día de verano (1879) óleo sobre tela, National Gallery, Londres.

Impresionismo: el nacimiento de una estética diferente

 

Todo empezó cuando, a mediados del siglo XIX, algunos artistas franceses decidieron experimentar con una manera inédita de ver y de representar el mundo. Cansados de las rigideces del academicismo y de las normas impuestas, buscaron dejar atrás las convenciones del “buen gusto” para explorar nuevas formas de expresión.

No partieron de cero. Encontraron fuentes de inspiración en la Naturaleza, en la fotografía, en el arte japonés que en aquellos momentos llegaba a Europa y en la música que impregnaba París. En el dramático cambio social y cultural acaecido en su época.

Quisieron captar su presente. Entender la luz y el color tal y como lo hacía el ojo humano. Para ello, se sirvieron de los avances científicos y tecnológicos del campo de la óptica.

La popularización de la fotografía les permitió estudiar diferentes ángulos y ensayar otras perspectivas. Mucho más que eso: les liberó del apego a la representación fidedigna de la realidad material. Podían hacer de la pintura un medio para transmitir sentimientos, emociones y percepciones subjetivas.

Se dejaron seducir por la delicadeza de las estampas ukiyo-e japonesas. Por el poder de la sugerencia, de lo imperfecto y de lo inacabado. Por la magia de las marinas casi abstractas de Turner. Y, sobre todo, por la fuerza irrefrenable de las composiciones de Manet.

Fue así como nació el Impresionismo: un atrevido movimiento estético que transformó radicalmente nuestra manera de comprender el arte.

 

Los primeros impresionistas y el Café Guerbois

 

El grupo de los primeros impresionistas (integrado por Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas, Camille Pissarro, Berthe Morisot y Alfred Sisley, entre otros) comenzó a reunirse en la década de 1860 en el Café Guerbois.

Un local ubicado en el bohemio barrio de Batignolles, en París. Conocido por sus paredes decoradas con obras de arte que los artistas más pobres dejaban como pago por sus consumiciones. Un espacio de debate sobre arte, política y sociedad, lleno de humo de tabaco y de bullicio.

Allí, discutían acerca de las posibilidades de la expresión plástica y literaria. Compartían ideas y se apoyaban mutuamente en su búsqueda de una estética original. De un nuevo arte, capaz de adaptarse a los rigores de la Modernidad.

Porque en aquel momento, la pintura académica era lo que predominaba en Francia. Esta escuela defendía un arte basado en la tradición clásica y en la representación de la realidad tal y como se percibía a simple vista.

Los temas preferidos eran históricos, mitológicos o religiosos. Se valoraba la técnica, la precisión y el acabado perfecto de la obra. Se descartaba aquello que se saliera de los cánones de armonía y equilibrio. Se desechaban las preguntas incómodas, que no estuviesen ya contestadas en los tratados de “buenas prácticas”.

 

Édouard Manet: Un bar del Folies-Bergère (1882) óleo sobre tela, Courtauld Institute of Art, Londres.

Édouard Manet: Un bar del Folies-Bergère (1882) óleo sobre tela, Courtauld Institute of Art, Londres.

 

 

El Impresionismo: una respuesta a un contexto cambiante

 

Sin embargo, no todos los artistas estaban interesados en seguir estas normas. En el contexto de una Francia en plena Revolución Industrial, hubo corrientes que buscaron entender las nuevas formas sociales que emergían en la ciudad.

Hallar maneras de plasmar el ajetreo de la vida urbana y la atmósfera de los momentos cotidianos. La conciencia de vivir en un mundo condenado a desaparecer. Que se estaba transformando a una velocidad vertiginosa. O esfumándose bajo la sombra galopante del ferrocarril.

Mas no huyendo de este cambio, para perderse en la nostalgia de la Arcadia mitológica o de alguna leyenda medieval, como lo habían hecho los Románticos. No lamentándolo, como lo hacían los Realistas.

Sino celebrándolo. Siendo partícipes de él. Subiéndose al tren de la Modernidad. Entendiendo la belleza de lo veloz y de lo transitorio. Protagonizando el tiempo propio. El “hoy”, que mañana ya estaría perdido para siempre. El “aquí” y el “ahora”.

Valorando lo efímero y lo fugaz. Aquello que pasa a nuestro lado mientras caminamos. Lo que fluctúa, como la luz. Lo que fluye, como el río de Heráclito. Que sólo permanece en nuestra retina durante un instante. La emoción concreta que nos genera una imagen.

Una impresión. Nada más. Pero tampoco, nada menos…

 

Claude Monet: Impresión, sol naciente (1872) óleo sobre lienzo, Museo Marmottan Monet, París

Claude Monet: Impresión, sol naciente (1872) óleo sobre lienzo, Museo Marmottan Monet, París

 

Impresión, sol naciente

 

De hecho, estas premisas estuvieron sorprendentemente claras desde los inicios del movimiento. Tanto para los artistas, como para los críticos. Aunque, para unos y otros, el “impresionismo” tenía un valor completamente diferente.

Así, cuando Claude Monet mostró su obra “Impresión, sol naciente” en la Primera Exposición de la sociedad anónima de artistas pintores, escultores y grabadores, celebrada en 1874 en las salas que el fotógrafo Nadar prestó al grupo, lo hizo consciente de lo que en ella plasmaba.

No se trataba de una representación fehaciente del puerto de Le Havre. Ni siquiera era un amanecer al uso, capaz de evocar el recuerdo de otros amaneceres en la memoria de quien lo contemplara. Era una percepción particular de la luz y del color, en un instante determinado. La imagen concreta de una atmósfera indefinida.

Una serie de pinceladas sueltas y fluidas, que crean la ilusión de una superficie ondulante de agua, sobre la que se reflejan los tonos rojizos y dorados de un sol que emerge en el horizonte. El puerto y sus barcos se encuentran en la parte inferior de la composición, apenas distinguibles en la niebla que cubre la escena.

Una técnica eminentemente diferente a la de las pinturas académicas, populares en la época. Una propuesta artística revolucionaria que suscitó las risas de los 3500 visitantes que acudieron a la Primera Exposición del Impresionismo.

 

El Impresionismo: la revolución del momento presente

 

La mirada de los expertos tampoco fue benigna. Éstos rechazaron la obra, considerándola un boceto o un borrador, en lugar de un óleo acabado. El crítico de arte Louis Leroy, quien se burló de la exhibición en su artículo titulado «Exposición de los impresionistas», dijo sobre ella:

“Al contemplar la obra pensé que mis gafas estaban sucias. ¿Qué representaba este lienzo? […] el cuadro no tenía derecho ni revés […] La impresión. Impresión, estaba seguro. También me dije, ya que estoy impresionado, debe de haber algo impreso […] Un papel pintado en estado embrionario está más elaborado que esta marina…”

Aunque de manera despectiva, Leroy había dado con la clave. El cuadro no pretendía ser elaborado. Ni retratar el paisaje con la precisión de una fotografía. Lo que intentaba era mucho más ambicioso y atrevido.

Anhelaba captar algo tan inefable como el cambio mismo y plasmarlo sobre el lienzo, mediante el tiempo detenido propio del lenguaje pictórico.

Girar el enfoque del arte hacia el presente y la belleza de lo cotidiano. Crear obras atemporales representando la fugacidad de los momentos más banales. Celebrar lo efímero de la existencia humana, entendida como una sucesión de instantes únicos, preciosos e irrepetibles.

Transmutar la realidad en un laberinto de espejos que muestran algo distinto con cada fluctuación de la luz. Convertir la percepción en materia prima para un universo pictórico en el que la Razón se desvanezca. Y allí, en ese reino incierto, perpetuamente cambiante, encontrar la verdadera esencia de nuestra relación con el mundo.

Movimiento. Emoción. Impresiones.

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