En estos tiempos tan deprimentes en que casi no nos quedan estados de ánimo que expresar, dejamos que los símbolos se nos vayan de las manos para dejar de seguir dando gritos. Y en esa lucha interna contra esos tormentos, la visión nos demanda el acudir a otros imaginarios estéticos que nos sitúen ante formas de mayor contenido y profundidad.

 

No obstante, los expresionistas no nos permitieron la evasión, lo que hizo que el desasosiego y la angustia nos continuasen cogiendo de los pies perfilando nuestro quehacer como un torbellino interior sobre la faz de un mundo incomprensible. Íbamos de mal en peor hasta que al hacernos dadaístas nos vimos tratando con lo absurdo y el nihilismo, porque ¿Quién sería capaz de renunciar a una levitación diaria, una actitud irreverente y un baile de máscaras sin fin?

 

Claro que eso no impidió que nos inclinásemos también por lo onírico y nos acostásemos entre guantes, bustos, plátanos o trenes. Podíamos ser profetas y misteriosos. Con ello dimos otro paso más. Habíamos perdido la cuenta del número de ellos, por lo que al llegar a la liberación del subconsciente y mandar a la mierda a la lógica y la razón, nos autodenominamos surrealistas y nos declaramos autómatas.

 

Ahora la conclusión no puede ser más dichosa: la existencia precede a la esencia (Sartre), estamos angustiados, alienados y solos de nuevo, pero libres y dueños de nuestras elecciones, y los que no lo asuman tienen que darse de baja por rebeldía sin causa (¿Quién se atreve a hablar de una, la que ustedes quieran?). Por tanto, habría que proseguir otro día si persisten en la disconformidad y en el no querer saber nada.

 

Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)

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