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Miguel Hernández

 

 

 

 

Nombre completo: Miguel Hernández Gilabert

Nombre artístico: Miguel Hernández

Nacimiento: El 30 de octubre de 1910, Orihuela

Fallecimiento: El 28 de marzo de 1942, Alicante

FRASES

«Dime desde allá abajo la palabra te quiero. ¿Hablas bajo la tierra? Hablo con el silencio.»

«No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.»

«Aunque bajo la tierra mi amante cuerpo esté, escríbeme a la tierra, que yo te escribiré.»

«No te asomes a la ventana, que no hay nada en esta casa. Asómate a mi alma.»

«Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde.»

«Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento.»

«El mundo es como aparece ante mis cinco sentidos, y ante los tuyos que son las orillas de los míos.»

«Desperté de ser niño. Nunca despiertes. Triste llevo la boca. Ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma.»

«No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida.»

Obra y datos curiosos
Miguel Hernández Poeta y dramaturgo español. Falleció a los 32 años por tuberculosis en la prisión de Alicante.

Su implicación en la Guerra Civil española, en el bando contrario a los vencedores de la misma, sería causa de su huida y posterior detención en la frontera con Portugal. Condenado a pena de muerte, pena que sería conmutada por la de treinta años, que evidentemente no llegó  a cumplir por su enfermedad.

La misma historia aún no le ha otorgado una generación a la que pertenecer, unos le ubican en la del 36 y otros en la del 27.

Cualquiera de sus obras o sus poemas serían dignos de rememorar un día como hoy, pero particularmente la mirada de Pablo Neruda, nos deja un reflejo bastante fidedigno del poeta y el cariño que le procesaba.

«Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad

Y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor.

Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de

Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de

su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como

los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana

pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura

como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera.

¡Y ese fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra!

¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con

Su valentía y su martirio, enseñarlo de corazón purísimo!¡Darle la luz!

¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen,

Arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado.»

Pablo Neruda

 

El recorrido carcelario del poeta entre los años 1939 y 1942 fue extenso y tortuoso, Huelva, Sevilla, Madrid, Orihuela, Palencia, Ocaña, Albacete y Alicante fueron las ciudades en las que Miguel Hernández vivió sus últimos años de vida. Durante este largo tiempo buscó refugio en la escritura, poemas que le ayudaban a evadirse del sufrimiento que sentía.

 

Josefina Manresa y Miguel Hernández

 

En Septiembre de 1939 después de recibir una carta de su mujer, Josefina Manresa, donde le comenta que tan sólo contaban con pan y cebolla para comer ella y su hijo, el poeta escribe estos versos:

Nanas de la cebolla.

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Otros de los escritos que Miguel Hernández escribe desde el Reformatorio de Adultos de Alicante en 1941, en sus últimos días de vida cuando el poeta presentía que la muerte le llegaría en cualquier momento, son para su hijo Manolillo. Cuatro pequeños relatos escritos a lápiz sobre trozos de papel higiénico y encuadernados de forman artesanal con cuerda de ocre, encierran un fuerte contenido emocional.

 

La mano del poeta que, temblorosa, solicita ayuda; el deseo atroz de dejarle a su familia su testimonio de amor por ella. Un niño de poco más de dos años que llora desconsolado y una mujer que pronto quedará viuda. Un amigo y compañero de penas, Eusebio Oca Pérez, que le ayuda en su tarea de pasar en limpio los textos manuscritos. El potro oscuro, El Conejito, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha y el ovillo rojo, son los relatos que deja el poeta a su hijo Manolillo.

 

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