Goya sonrió después de mucho tiempo, su llegada a Burdeos fue una botella de oxígeno para un cuerpo cansado y una mente agotada. La perplejidad que provoca la sordera junto con la perplejidad que provoca la falta de sentido común a su alrededor había conseguido agotarle.

Su España le dolía tanto que se convertía en insoportable, las decisiones políticas de su entorno eran incomprensibles. La herencia mágica, misteriosa y mentirosa de la que había sido testigo durante toda su vida parecía no tener fin, Los desastres de la Guerra, los caprichos, las pinturas negras no eran otra cosa más que la búsqueda de alertar a su sociedad del peligro que conllevan ciertos comportamientos

Francia era la solución, siempre fue un ejemplo pero a pesar de la cercanía o quizá por eso, nunca sirvió como referente. Ahora en Burdeos podía estar tranquilo, su paleta se relajó, los colores se dulcificaron, su ceño se calmó.

Picasso sabía que el triunfo se encontraba en París, si quería batirse con los más grandes tendría que abandonar Barcelona, hacerse conocer en la ciudad de las vanguardias. Así lo hizo. Varios intentos para el joven Picasso hasta que consiguió establecerse en París. Sin embargo no olvidó a España, siempre presente en sus obras, en sus costumbres, en sus referentes. A pesar de eso no pudo regresar, los acontecimientos que se desarrollaron en España a medida que pasaba el tiempo le alejaban más de la idea de regresar hasta que ya fue imposible. España le dolía y no podía nada más que utilizar su pintura para hablar de la guerra, del drama, de la cultura. No regresó pero fabricó una pequeña España en el sur de Francia, conservando sus tradiciones, sus fiestas, sus toros.

Eduardo Arroyo viajó a París huyendo del régimen Franquista con la intención de ser escritor, para ganarse la vida comenzó a hacer dibujos y caricaturas. Sin casi darse cuenta se convirtió en pintor. Su obra no podrá reprimir su rechazo a las dictaduras.

Goya le sirve de inspiración para cuestionar las tradiciones ancestrales de su cultura de origen y a pesar de la claridad con que se ven las cosas desde fuera, le duele España, tanto que adapta su lenguaje pictórico a su tiempo pero no puede mas que rebelarse contra la imposición del arte abstracto. Reivindica el arte figurativo y la icono-grafía pop pero no puede olvidar las costumbres y tradiciones españolas que sirven para descifrar el porqué de su huida. Arroyo sí regresa a España pero su obra se desarrollará en París y, a pesar de eso, en un principio vivirá de sus obras vendidas en Italia.

Aquella alusión a la tradición española es perfecta para jugar con la provocación que surge de conjugar en la misma obra lo tradicional con lo moderno y dejar que el espectador juzgue de que forma estamos marcados por nuestra cultura, o mejor como podemos estar cegados por nuestras tradiciones que, en muchas ocasiones no nos permiten avanzar.

Goya sintió ese anclaje de la sociedad española, Picasso lo evidenció desde fuera y Arroyo lo denunció constantemente, a pesar de todo, la idea de España se convirtió en el zumbido de las moscas que aparecen y desaparecen constantemente a golpes de periódico en la niñez de su pueblo en León y que representará en sus últimas obras.

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